Buenos Aires / Argentina

El escritor inglés Thomas de Quincey habló en su clásico Del asesinato como una de las bellas artes del placer que, tras asegurarse de la ausencia de víctimas y que ya nadie corre riesgo alguno, proporciona ver un edificio en llamas y, un siglo después, los pirómanos austriacos de Coop-himmelblau utilizaban fuego como material en sus primeras intervenciones arquitectónicas y el suizo-francés Bernard Tschumi teorizaba, radical, una arquitectura que producía un placer pirotécnico tan inútil, afirmaba, como quemar cerillas.

La realidad, trágica seguramente, nos proporciona placeres menos extremos que los pregonados por el inglés comedor de opio confeso y los arquitectos europeos de las neovanguardias, pero probablemente más útiles. Sin evitar cierto simbolismo justiciero, el gobierno capitalino y la delegación correspondiente han decidido construir, en el sitio que dejara libre un terrible incendio de nada grata memoria, una estación de bomberos y han tenido a bien, además, seleccionar el proyecto en un concurso por invitación. Al gesto simbólico hay que agregar, pues, la efectividad de intervenir en Insurgentes, una de las avenidas más importantes de la ciudad, con necesarísimo equipamiento urbano que, de nuevo —tras muchos años de, en el mejor de los casos, olvido estético— se propone como un gesto arquitectónico contemporáneo consciente de sus condiciones y, por lo mismo, de sus posibles efectos.

Dadas las condiciones del sitio y de programa, que incluye además de la estación de bomberos propiamente dicha un espacio de consulta y capacitación para el público en general, el proyecto elegido para la estación —obra de at.103 + bgp arquitectura; Bernardo Gómez Pimienta, Julio Amezcua, Francisco Pardo y Hugo Sánchez— se presenta hacia el exterior como una simple caja elevada que casi desaparece tras una fachada que se apropia del contexto en un juego de puros reflejos, flotando sobre el patio de maniobras y estacionamiento de los coches bomba, mismo que se extiende hacia la calle o, en lectura inversa, incorpora el espacio urbano al generarse mediante el análisis del movimiento de los carros —que quedará inscrito sobre el pavimento como una especie de registro y guía. Dentro de la caja cromada, los dos usos se alternan y complementan, organizándose mediante planos con perforaciones de varios tamaños que sirven tanto para iluminar como para comunicar los distintos niveles, ya sea, en el caso del acceso principal, mediante una doble escalera helicoidal que separa el flujo del personal y los visitantes y que va desde el nivel de acceso peatonal hasta un helipuerto en la azotea, o mediante los clásicos tubos por donde descienden los bomberos ante alguna urgencia. Así, haciéndolos convivir gracias a las vistas cruzadas en los patios, pero sin mezclarlos, la solución propuesta consigue entretejer los dos usos —la estación y la llamada, curiosamente, bomberoteca— conectándolos también, gracias a la altura del primer nivel, con la calle y lo que ahí sucede.

Una vez construida la estación, habrá que esperar el llamado a los bomberos y, con un placer menos culpable que el de Thomas de Quincey ante la casa en llamas, observar con gusto el funcionamiento completo y complejo de esta pieza urbana que retoma el equipamiento urbano de mayor necesidad como un tema de reflexión y acción arquitectónicas.

Alejandro Hernández

Imágenes gentileza > at.103

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