Buenos Aires / Argentina |
Historias de edificios y arquitectos / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [10/05/09] |
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La honestidad de la mirada con que determinados creadores se han embarcado en la realización de filmes de arquitectura, más allá de intenciones primordialmente didácticas y basadas en plantear para el espectador una visión elogiosa y casi sublimada de arquitecto y edificio que define a muchos de ellos, ha resultado en documentos profundos y excepcionalmente valiosos para el conocimiento de una obra y la identidad de un autor desde una dimensión que no sería posible obtener a través de aproximaciones realizadas en otro tipo de soporte donde plasmar y construir esa reflexión. Indispensables en ese sentido, son los documentales que está editando Fundación Caja de Arquitectos dentro de la serie arquia/documental, de la que hasta la fecha se han editado ocho documentales en seis volúmenes en formato DVD: el número uno, con documentales dedicados a la figura de Oscar Niemeyer y el proyecto de Brasilia y Lucio Costa; el dos, a Jorn Utzon y la Ópera de Sidney; el tres, es ‘My Architect’, el filme sobre Louis Kahn realizado por su hijo Nathaniel; el cuatro, dedicado a los edificios que Le Corbusier construyó en la India; el cinco, sobre la construcción del edificio Swiss Re de Norman Foster y el sexto, sobre la de la torre Turning Torso de Santiago Calatrava. La elección específica de dos de esos documentales dentro de esta excelente colección es deliberada por cuanto ambos ofrecen una perspectiva inédita, al ocuparse de una historia personal vinculada a la realización de un edificio y de la realidad que envolvió la construcción de dos grandes edificios que constituían en su momento un complejo desafío constructivo. Al límite de lo posible y El socialista, el arquitecto y la Turning Torso se centran en dos obsesiones; en dos proyectos en los que de una u otra manera hubo derrotados: la construcción de uno de ellos arruinó la carrera profesional de su idealista impulsor; en el otro, fueron el arquitecto autor del proyecto y un equipo que estaban totalmente entregados a su realización. Pero fundamentalmente porque a través de estos filmes dedicados a dos edificios queda evidenciado cómo, en el lapso de separación temporal de cuatro décadas entre ellos, se ha abierto un abismo conceptual dentro de la alta arquitectura durante el cual el arquitecto ha pasado de ser un individuo comprometido de cultura y espíritu humanista a un prepotente mercader que ambiciona acumular edificios espectaculares bajo su rúbrica. Ambos documentales se realizan en estilos cinematográficos muy distintos. El dedicado a Utzon se plantea desde el formato clásico de documental, intercalando entrevistas actuales, imágenes y documentación diversa de la época, para exponer un perfil de Utzon como arquitecto y las vicisitudes que atravesó la construcción del edificio de la Ópera. El dedicado a Calatrava es una narración elaborada a tiempo real, a la manera de cinema verité, donde el interés esencial de una cámara que se mantiene distante y silenciosa es relatar la historia a través del retrato psicológico y el tránsito de las emociones de cada uno de los personajes involucrados en la realización de la torre: Johnny Örbäck, presidente del Sindicato de Vivienda Popular HSB, un hombre que acaba siendo víctima de su propia ingenuidad y buenas intenciones; en torno a él, una empresa constructora exigente pero hasta cierto punto ineficiente por la obstinación de seguir estrictamente sus protocolos, y un arquitecto megalómano que en ese momento se encontraba en una cúspide profesional y de prestigio. Aunque convencidos en ambos casos de hallarse realizando edificios excepcionales, la oposición entre la actitud y nivel de responsabilidad entre un arquitecto y otro ante sus respectivos proyectos y clientes no podría quedar más tajantemente marcada. Utzon partía de la premisa de que el edificio debía establecer un diálogo con la bahía donde se ubicaba. La premisa de Calatrava era realizar un edificio que se caracterizara por su monumentalidad, al margen de contextos y del cometido social de las viviendas que la torre contendría. Calatrava era ya un arquitecto consolidado con una trayectoria de obras que si bien incurrían en una reiteración estilística contaban con el favor de políticos y público general, se enfrentaba al reto de su primer rascacielos excitado pero con una confiada soberbia. Utzon era un relativo desconocido cuando a los 38 años ganó el concurso para la Ópera de Sidney, consciente de que ése sería el proyecto más trascendental de su vida, y encaró el desafío desde una postura romántica, haciendo de ese trabajo algo cosustanciado a su vida y espíritu (plenamente apoyado en la capacidad de los arquitectos que colaboraron con él en su estudio, donde a decir de uno de ellos, eran algo como una orquesta de jazz, conociendo a la perfección su propio instrumento y funcionando espontáneamente en conjunto). La destrucción de las ilusiones puestas tras cada uno de esos proyectos refleja dos definiciones de la figura del arquitecto: frente al lado en que vemos un individuo que conocía profundamente las cualidades espaciales y técnicas de su edificio, dotado de una inteligencia poética; se nos opone otro, obstinado en su divismo, sospechándole el espectador más interesado en el prestigio que aportará ese edificio a su carrera antes que en concentrarse en construirlo, llenando de retórica el espacio sobre la magnificencia excepcional de su obra cuando lo que se le están requiriendo son soluciones precisas y prácticas. Ambos afrontaron el incremento desorbitado del presupuesto de su proyecto, pero en donde Utzon fue la víctima de avatares políticos y los intereses de la empresa de ingenieros Ove Arup, Calatrava, pese a las controversias y discusiones, sale absolutamente indemne de los serios problemas que genera la construcción de su edificio, mientras que la víctima será Johnny Örbäck a quien veremos en una secuencia tergiversando esforzadamente, para tratar de no mentir, su propio discurso para poder legitimar ese edificio estrella incompatible con cualquier principio socialista. Al anteponer la defensa de su coherencia y su responsabilidad sobre su proyecto, Utzon queda dignificado con una claridad absoluta que la serenidad que exudaba su propia persona (y permitida también sin duda por la distancia temporal respecto a la lógica amargura que debieron producirle aquellos hechos en su momento y que le impediría regresar a Sidney) enfatizaba. Sin embargo, y de manera más interesante para instigar una reflexión necesaria, Fredrik Gertten plantea un filme que expone el dudoso triunfo que representa hoy un edificio ‘excepcional’ más que para la gloria de su propio autor, la imposibilidad de hacer hoy de estos edificios una obra trascendente y útil para su sociedad y su tiempo.
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste Publicado en ABCD las Artes y las Letras - Número 900
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