Buenos Aires / Argentina

inicio especiales sugerir noticia links newsletter  

Flatiron, la esbelta pieza maestra / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [31/01/09]

archivo >>>

Galería de imágenes > New York Architecture Images / NYCfoto

Noticia relacionada (29/01/09) > Un icono de Manhattan vendido para convertirse en hotel

Edificio Fuller (Flatiron) / Arquitecto: Daniel Hudson Burnham / Ubicación: Nueva York / Año: 1909

En el encuentro de la Calle 23, la Quinta Avenida y Broadway, se halla uno de los iconos neoyorquinos: un rascacielos de ochenta y siete metros de altura, el Edificio Fuller, más conocido como Flatiron. Un edificio clasicista en su articulación externa, respetuoso la escala de las calles adyacentes y que se eleva libre, destacando su propia singularidad. Una singularidad basada en su distintiva planta triangular, que se aprecia especialmente bien desde la adyacente Madison Square, como si fuera una especie de artefacto para planchar o proa de navío, y que es la que dio pie a su bautizo con ese alias que ha perdurado y ha dado nombre al área del distrito de Manhattan donde se alza.

Su autor Daniel Hudson Burnham, un arquitecto e ingeniero, fue también autor de obras como la Estación Ferroviaria Union en Washington y algunos de los más importantes rascacielos construidos entre la década de los ochenta y noventa del siglo XIX y los primeros años del siglo XX en Chicago, estructuras que realizó en asociación con John Wellborn Root y que destacaban por el refinamiento y cualidad escultórica con que los arquitectos habían sido capaces de dotarles, tales como como los edificios Monadnock, Rookery y Reliance.

Aquellos primeros rascacielos fueron una de las expresiones arquitectónicas con las que se consolidaba la civilización industrial. El rascacielos es uno más de los artefactos de progreso nacidos del desarrollo tecnológico moderno. Nacieron en Chicago por la conveniencia de concentrar el funcionamiento de la ciudad en el centro. El acero como material constructiva y la invención del ascensor por Elisha Otis en 1853 permitieron cristalizar esta nueva concepción arquitectónica que permitía el planteamiento de una innovadora solución para la planificación urbana para la metrópolis estadounidense en aquellos tiempos.

Productos de de una actitud arquitectónica que procuraba hacer una ciudad que se embelleciera a través de los edificios, que a la vez representaba una armonía que los hacía ser uno de los símbolos utópicos de la era industrial, los rascacielos retenían desde su concepción todos los argumentos clásicos, reflejando el profundo conocimiento de la Historia de sus autores, que compartían la misma búsqueda de la armonía arquitectónica indagando dentro la dimensión orgánica de la naturaleza que inspiró las arquitecturas magníficas de la Antigüedad.

El orgullo de aquellos rascacielos levantados con la energía del espíritu de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX radicaba en su verticalidad, una verticalidad que se fundaba en la redefinición del esquema de basamento, fuste y capitel de la columna clásica: ‘Debe ser alto, hasta la última pulgada debe ser alto. La fuerza y el poder de la altura deben existir en él…una unidad sin una sola línea disidente’, escribió Louis Sullivan otro de los artífices de aquellas estructuras que se alzaban al cielo. La Escuela de Chicago, de la que Burnham fue uno de sus protagonistas, fue la que interpretó simbólicamente la altura del rascacielos como expresión metafórica del poderío de su tiempo y como su fundamento esencial de belleza.

A un siglo de su construcción, el Flatiron sigue siendo una pieza urbana maestra, pensada y construida con precisión para ese exacto enclave en que se halla, que continúa deslumbrando, exudando ese carácter de hito tecnológico que representó en su tiempo, símbolo del poder transformador de la revolución industrial, de la afirmación de la moderna identidad norteamericana desprendiéndose del lastre de la herencia del viejo espíritu europeo y fascinando al Viejo Continente con su audacia. Admirando aún su impecabilidad técnica, la intensidad de la emoción que el Flatiron aún hoy –cuando otras torres han superado su tamaño-, tal vez no sea muy distinta del impresionante asombro que podía causar a los transeúntes de 1909, y que radica en ese modo en que sigue expresando el orgulloso poder y fuerza de su esbelta altura.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en ABC, serie "Insólitos. Arquitectura"

 

 

diseño y selección de contenidos >> Arq. A. Arcuri