Buenos Aires / Argentina

inicio especiales sugerir noticia links newsletter  

Operación triunfo / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste  [15/04/08]

archivo >>>

Jean Nouvel es el laureado con el Pritzker Prize 2008. Predeciblemente. Su nombre formaba parte desde hace tiempo de esa lista tácita de potenciales elegidos a hacerse con el llamado "Nobel de la Arquitectura". Su elección era cuestión de tiempo. El eco del nombre de los próximos posibles laureados resuena ya con una cierta nitidez una vez se ha hecho pública la elección del último.

Con su Pritzker, Nouvel ya es legítimamente otro miembro de la corte arquitectónica. "Estoy muy contento de estar en un club de buenos amigos como Frank Gehry, Renzo Piano y Zaha Hadid", declaraba en el momento de anunciarse su nombramiento. Su apellido lleva días repitiéndose insistentemente en los medios: se citan todos sus proyectos recientes y aquéllos que actualmente tiene en construcción; se recalcan las cualidades que el jurado del Premio ha considerado para hacerle merecedor del reconocimiento y que únicamente reiteran aquellos aspectos ya bien afianzados entre la crítica para identificar los rasgos fundamentales de la producción creativa y aproximación teórica del personaje a la arquitectura.

El anuncio del Premio Pritzker constituye una de las noticias anuales de importancia. El galardón se ha erigido como un acontecimiento de pretendido peso, blindado y casi intocable en su aura de prestigio, capaz de ignorar las voces discrepantes y el descreimiento ante él.

Talento, visión, compromiso. El premio fue instituido en 1979 por la Fundación Hyatt, con el propósito de "homenajear anualmente a un arquitecto vivo cuyo trabajo construido demuestre una combinación de talento, visión y compromiso, y que haya realizado contribuciones significativas para la humanidad y el entorno construido a través del arte de la arquitectura". Una motivación de espíritu decididamente filantrópica que en sus comienzos reconoció trayectorias fundamentales en la realización de la Historia de la Arquitectura del siglo XX, pero que en los últimos años -en paralelo con el afianzamiento de la sociedad del espectáculo- ha mutado en uno de los pilares fundamentales para el enaltecimiento de la oligarquía arquitectónica, y como un referente para la ambición de nuevas generaciones de arquitectos, que persiguen con avidez ingresar en ese olimpo vacuo alzados en la celebridad, y careciendo de ideas personales, críticas y capacidad de reflexión.

Para meditar el fenómeno Pritzker debe partirse de la premisa de que en realidad galardones como éste no aportan nada nuevo a lo ya sabido: sólo sirven para terminar de legitimar el encumbramiento mediático de un arquitecto. Sería ingenuo otorgarle a este tipo de lauros la motivación de reconocer e incentivar la investigación arquitectónica, ni el de reconocer la innovación creativa que permitiera plantear alternativas a las tendencias establecidas. Su consecuencia o su finalidad es, de hecho, todo lo contrario. En las contadas ocasiones en que se ha roto con esta norma, como excepciones confirmando la verdadera regla, se produce una especie de sensación de decepción, ya que la conciencia colectiva sobre este tipo de premios parece aguardar y sólo comprender el reconocimiento a estas arquitecturas del personalismo y la espectacularidad.

Sin derecho a réplica. Partiendo de estos supuestos, ¿por qué plantearse dedicar tiempo a reflexionar sobre algo de valor y credibilidad meramente relativos y que se define por sí mismo? Y la reflexión debe plantearse, porque el Pritzker y muchos otros premios arquitectónicos en su estela son la reafirmación de una inercia que demasiados acatan y ante la que no se presentan oposiciones críticas desafiantes. Y esta pasividad otorga un beneplácito popular que va en detrimento de la distinción, reivindicación y afirmación de valores cruciales para la arquitectura más interesantes que los que está proponiendo esta constelación de estrellas al uso que integran, según esas palabras de Nouvel, ese exclusivo club de amigos. Una afirmación que el francés hace a la ligera, pero que corrobora que la arquitectura no escapa a la tendencia global sobre el significado de la celebridad y su estatus, y que nos da pistas sobre la perentoria necesidad de romper con esta inercia y acabar con el culto a ese consolidado engaño.

Se hace preciso poner en crisis la razón de ser del Premio Pritzker, no abogando por invalidar o abolir su existencia, pero reconociendo claramente que ésta se sustenta en la necesidad del propio Premio de imbuirse de prestigio a base de consolidar multinacionales del glamour arquitectónico, que a su vez se retroalimenta del propio prestigio de hacerse con el premio y beneficiarse de los intereses que circulan en torno a él. El gran peligro es que no se oigan o se debiliten las pocas voces que señalan que éste se trata de un camino intelectual y creativo muerto, que proclamen que ser arquitecto no consiste sólo en generar espectáculo y que se hace un flaco favor a las venideras, creando esta actitud tendente a pensar que la arquitectura es el escenario de un reality show y que llegar a un nivel de prestigio en la profesión depende más de la pose que de los méritos y capacidades reales.

Una mala digestión. Es necesario entender que la generación de esta farándula arquitectónica, que el poder autoarrogado del Pritzker está validando, encarna la visión decadente y espectacularizada del mundo presente, arrastrando un mal digerido fin de la modernidad. Si se considera esta manera de aproximación como la única consecuencia posible para la arquitectura en una sociedad hipercapitalizada y mediatizada -y como casi su única alternativa-, se incurrirá en un error grave y probablemente irreversible. La forma de actuar y exhibir la imagen y personalidad de esos oligarcas de la arquitectura son fruto más de tiempos en agotamiento (aunque se resistan) que de la realidad. Estas concepciones personalistas tenderán a desaparecer por su propia saturación, su debilidad ética y su falta de responsabilidad, y por la ausencia de la fuerza ideológica que, sin ninguna duda, en algún momento poseyeron y defendieron, pero que quedó extraviada entre la esclavizadora parafernalia de sus icónicos edificios-objeto y las estrategias de marketing indispensables para venderlos... Entre las que forma parte poseer un Pritzker.

Si Jean Nouvel suscitó un gran interés con sus primeras obras, que le llevaron a ser encumbrado como un arquitecto de culto, hoy recibe el Pritzker en un momento en que es famoso y deseado, cuando intenta a toda costa cumplir con esas expectativas de lo que se desea de él. Capaz de perpetrar proyectos como el mediocre parque del Poblenou -cercano a su mayor triunfo icónico, la Torre Agbar, y significativa y pomposamente inaugurado una semana después de recibir tan preciado galardón- en cuya realización se acusan las debilidades que supone haber abandonado el control sobre los proyectos y alejarse del compromiso del arquitecto con su obra y la sociedad para concentrarse en cimentar el peso de su persona mediática. Pero Nouvel no es el único, sino uno más de los que han elegido participar en esta carrera hacia el triunfo.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en el suplemento cultural de ABC.es

 

 

diseño y selección de contenidos >> Arq. A. Arcuri