Buenos Aires / Argentina |
Desde otra latitud / por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [12/05/07] |
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La arquitectura de Mathias Klotz trasciende cuestiones acerca del lenguaje y el reconocimiento de adscripciones o herencias estilísticas sobre las que a menudo se le interpela. Nacido en 1965 en Viña del Mar (Chile), el inicio de su andadura profesional coincide con el fin de diecisiete años de dictadura pinochetista y la eclosión democrática en un país que, como excepción en la zona, gozaba de una economía estable, lo que permitió a jóvenes arquitectos recibir sus primeros encargos en los que cristalizase el nuevo espíritu social. Finalizados sus estudios, Klotz comenzó a construir casas para clientes que solicitaban segundas residencias cuya particularidad consistía en estar destinadas a un único residente, factor que le permitió experimentar con la creación de grandes espacios únicos y trabajar con materiales y técnicas procedentes del lugar donde las obras se asentaban. Arquitectura que nutría y reinterpretaba el paisaje, estas primeras obras - la Casa Klotz, la Casa Ugarte y la Casa Chiloé, construidas entre 1991 y 1994-suscitaron un interés que sumergió a su autor casi imperceptiblemente en la dinámica profesional del arquitecto de corta edad y le valió un justo reconocimiento de la crítica internacional. Ampliación de fronteras. Gradualmente, la oficina de Klotz, establecida en 1991, ha comenzado a realizar encargos que abarcan desde viviendas unifamiliares, locales comerciales y edificios públicos al diseño industrial y la escenografía, lo que ha diversificado la localización geográfica de su labor, con obras construidas y en proceso en Chile, Argentina, Uruguay, México, España, Italia, Líbano y China. Junto a proyectos como la Casa Ponce (Buenos Aires), la Casa Reutter (Cachaga, Chile), el Colegio Altamira (Santiago, Chile), destacan, entre sus últimos trabajos finalizados, el edificio de la Facultad de Medicina y la rehabilitación de un edificio para la Universidad Diego Portales y la construcción de un pabellón militar, ambos en Santiago, diseños afrontados desde la prioridad a los intereses de cliente y usuarios, consciente de que es esa satisfacción en el uso la que garantizará la «vida plena» y la «subsistencia» de la obra. José Antonio Coderch cita el deseo de realizar una arquitectura viva y de adquirir un profundo conocimiento como vocaciones del arquitecto en No son genios lo que necesitamos ahora, un escrito de 1960 que Klotz señala como referencia personal. Coderch defiende la exigencia de afrontar la creación arquitectónica desde una responsabilidad ética, en un sentido que implica brindar construcciones surgidas de una actitud intelectual fundamentada en la dignidad espiritual de lo humano y en la subordinación del ego a la búsqueda de la excelencia. Tics inconvenientes. De acuerdo con esas ideas, la actitud de Klotz está despojada de las inseguridades, complejos y ambiciones de genialidad que abocan a otros profesionales a la rimbombancia estilística e ideológica que ahueca el valor de lo construido como acto de búsqueda y comprensión esencial de la arquitectura. Tempranamente fue elogiada la «sofisticada sencillez» de sus construcciones, reflejo de la actitud pragmática dotada de sensibilidad hacia lo material y conceptual presente en su obra, posiblemente derivada de una actitud mental y de la circunstancia personal de verse enfrentado a la experiencia de la construcción desde el mismo comienzo de su carrera. Su obra está imbuida de un carácter personal que tiene que ver con el paisaje y la posición geográfica, pero sobrepasa estos factores. Goza del beneficio de estar en el mundo y, a la vez, de poder refugiarse en un confín de la aldea global, estando lejos y, gracias a ello, disponer de una perspectiva periférica de un mundo que, aunque conectado, está formado por redes asimétricas. Su lugar en el mundo, y el hecho de no poder reconstruir su identidad en términos de pertenencia a una tradición cultural específica y nítidamente definida (o estereotipada), son componentes que señala como relevantes para establecer su retrato intelectual: «Sucede que soy un híbrido, nieto de inmigrantes que llegaron a un país en el extremo sur occidental del nuevo mundo, es decir, al sur del fin del mundo». Para Klotz, esta complejidad -que se transfiere a la inquietud de preguntarse dónde está física y filosóficamente un proyecto- implica inherentemente la posibilidad de concebir su propia arquitectura desde una profunda libertad, uno de cuyos rasgos fundamentales sería la misma capacidad para no aferrarse a la necesidad de teorías o interpretaciones ulteriores. En absoluto una excepción. A pesar de que en una Historia de la Arquitectura escrita desde un punto de vista eurocéntrico se tiende a concebir a figuras como Mathias Klotz como rara avis dentro de un contexto que se desconoce casi por completo o que se mitifica mediante tópicos regionalistas o costumbristas, su arquitectura debe considerarse continuadora de una gran escuela legada por el Movimiento Moderno en Iberoamérica, que recibió influencias tanto de Europa como del norte del continente, donde los espacios se escapan absolutamente a los parámetros de escala europeos y a la libertad expresiva otorgada por el relativo peso de la Historia y la tradición. Klotz es heredero de todo esto, en una época en la que el lenguaje del Movimiento Moderno ha salido favorecido, lo que le ha permitido trabajar sin temores, conociendo y jugando con los postulados, a veces constreñidores, legados por los maestros. En Klotz, su propia experiencia es el pensamiento y la construcción de su propia arquitectura. A una edad en la que muchos arquitectos asumen su independencia, Klotz ha consolidado una aproximación personal a la arquitectura cuyo sustento es haber alcanzado una comprensión esencial de ésta habiendo querido y sabido guiarse por su instinto, imbuyendo el hacer arquitectura de la dimensión sencilla y noble de lo cotidiano, comprendida como un acto humano y vital.
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste Publicado en el suplemento cultural de ABC.es
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